Seminario Líderes Escolares
14 de noviembre de 2017, Universidad de La Salle, Bogotá
Participación de David Calderón, REDUCA
Buenos días, señoras, señores.
A nombre de mis compañeros de REDUCA me toca darles la bienvenida. Somos quince organizaciones de otros tantos países, diversidad de origen y de estrategias de acción, pero todos comprometidos con el derecho a aprender de niños, niñas y jóvenes; con una educación de calidad con equidad, como estrategia maestra de desarrollo, y clave de la justicia y prosperidad.
Concebimos
que el hecho educativo ocurre en el encuentro de las personas: de maestros y
alumnos; de las familias con los demás adultos de la escuela; de todos con la
generación joven. Y el animador, el articulador es el líder escolar. Sin esa
figura que congrega -que reta, que explica, que planea- el encuentro no es
permanente sino eventual, no es profesional sino improvisado, no es deliberado
sino azaroso. Tener grandes maestros, tener un auténtico líder escolar, no debe
ser algo fortuito ni estar ligado al poder de compra de los padres. Por ello, los
directores, los rectores, son cruciales para que se ejerza en plenitud el
derecho, y por lo mismo es valioso que se trate no de un administrador
genérico, sino de un maestro que aprende a ser líder.
Sabía que me gustaban los enigmas, que me embelesaban las palabras, y que me encantaban las historias que con ellas se cuentan. Me encargó entonces una misión: “ve y encuentra a la persona de la cual lleva nombre nuestra escuela”. Y no me dió más pistas. Mi sorpresa fue mayúscula cuando pude saber que aún vivía y era investigador en el Centro Médico de la Ciudad de México . El cuento corto, que nunca lo hay, es que el maestro Wili me dio cinco pesos y me fui en una larga travesía de tres autobuses a conocer a Maximiliano Ruiz Castañeda. El pócer era un venerable ancianito que me recibió en su pequeñísima oficina, donde tenía tres microscopios electrónicos. Esa tarde regresé con la presa. No sólo sabía quién era, sino lo que había hecho: descubrió la vacuna de la fiebre amarilla, salvó al ejército de MacArthur en Filipinas y recibió una medalla del Congreso de Estados Unidos y una candidatura al Nobel de Medicina. Era el más grande experto en virología del mundo, en esa época, e inventó la técnica de aislamiento de virus por tensión superficial diferencial, que me explicó en una media hora y que aún recuerdo. Como yo, el Dr. Ruiz Castañeda fue alumno de la escuela pública, y me dijo que si no aprovechaba lo que mis maestros me enseñaban le estaría fallando a mi pueblo. Y todo en una sola tarde, y aún no cumplía yo 14 años. Hice una presentación para toda la escuela, y me sentí orgulloso de que mi director, el maestro Wili, estuviera orgulloso de mí.
En fin, el maestro Wili no sólo me consiguió una sesión de aprendizaje de altísimo valor, con el Dr. Ruiz Castañeda, sino que me regresó empoderado a la trama de la escuela, al exigirme hacer una presentación; ése era un gran líder escolar, que lograba que los saberes no se estacaran, sino que fluyeran en tutorías mutuas.
Todos tenemos detrás de nosotros una cadena de maestros y líderes escolares. Lo que les debemos es inconmensurable, impagable, desbordante. Es, la sucesión de maestros y líderes escolares que tenemos en nuestra historia, el mejor predictor de lo que le podemos aportar a nuestra sociedad. Ellos, ellas, han tomado una causa, han hecho una profesión de principios. Justo por ello merecen ser llamados “profesores”, por esos valores que profesan, por esos principios que le dan forma a su causa.
¿Y cuál es la causa de los líderes escolares? El despliegue del potencial de cada uno; desencadenar –literalmente, quitarle las cadenas- a las posibilidades. Los auténticos rectores hacen eso.
Pero esta mañana no sólo los tenemos detrás de nosotros sino delante nuestro. Son hombres y mujeres de palabras. Los mejores son también “personas de palabra”. Prometieron dedicarse a sus niños, a los jóvenes, a su aprendizaje, a poner en la fragua y ayudar a templar su carácter. Y los que reconoceremos hoy con una presea y los que nos acompañan han sabido honrar su palabra.
Vivimos en una región en la que apenas se comienza a escuchar a los maestros y los rectores. En su nombre hablaron políticos, líderes gremiales, académicos. A veces expresaron sus inquietudes. Otras muchas suplantaron su voz. La sustituyeron y acallaron. No pasa sólo con ellos. Si cada uno de nosotros sólo lee los diarios, se quedará con la idea de que esta región es un inmenso campo de batalla, de paz siempre en riesgo, un campo lleno de macabras fosas a donde se pone a la gente que quería cambiar a su país, que quería hablar. A donde se manda a guardar silencio, a cientos, a miles, a cientos de miles. Si, en cambio, sólo se ve televisión, parecería lo contrario. El mesaje es: “Acá no pasa nada”, y mejor nos entretenemos con borbotones de palabras insustanciales, falsas o soeces, supuestamente divertidas.
Pero hoy no aceptamos el silencio, ni queremos distraernos con la charla insustancial. Hoy es un día de decir palabras verdaderas. Mucho se puede decir, pero el destino de la palabra es estar siempre incómoda, inquieta. Siempre las palabras dicen más cosas -y otras cosas- que aquello que quien las usa pretende comunicar. Traen resabios, recuerdos, connotaciones que la hacen excedida, expandida. Yo digo “escuela”, y tú piensas en aquella que estuviste, en la que están tus hijos, en la que no conoces pero te gustaría que existiera y fuera la de todos los latinoamericanos.
Y eso no es malo, sino bueno, porque la vida de las palabras la hace resonar, perseverar, seguir emitiendo mensajes aún cuando ya se nos adelantaron los que en primer lugar las usaron. Por eso las buenas ideas se traducen en buenas palabras: las palabras inteligentes tienen pies y tienen dientes. Es decir, están destinadas a que les salgan patitas y a llegar lejos, a impactar, a imantar a muchos, y también a que les salgan dientes y muerdan la realidad, la transformen; que lo que hemos entendido que es necesario y justo no sólo se diga, y se aspire a ello, y se desee, sino que se concrete, se aterrice, se haga real y vigente y contundente.
Hoy las palabras verdaderas, y quienes las dicen pueden estar en peligro. Pero los líderes escolares nos siguen enseñando qué significan. Hay que decirles a estos directores, rectores, líderes: "Gracias", y que esa palabra se sobrecargue y florezca con mil significados, con cientos de miles de razones por las cuales su trabajo y su ejemplo van a perdurar, con millones de motivos: los niños y jóvenes de Latinoamérica y Colombia que se proponen servir, que son su causa.
La lección de gratitud la aprendimos bien, pero hay que renovarla. Hoy les decimos: su causa es nuestra causa, y se los vamos a demostrar con los hechos. Hoy venimos a decirles gracias.
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