Panamá: ¿Escuelas del Siglo XIX en el Siglo XXI?
“¿Algún voluntario que resuelva el problema de suma de fracciones?” “Deben copiar del tablero ya que sobre ese material viene el examen”. Resuenan en la memoria estas frases gastadas que nos repetían en la escuela. La gran falla de la educación tradicional es creer que los niños aprenden, de manera pasiva.
En Panamá, la enseñanza se enfoca en la reproducción de información y, no, en su aplicación creativa. Sabemos que información no es sinónimo de conocimiento, ¿Cómo incentivar la capacidad creativa en los niños y jóvenes, para enfrentar con éxito, problemas nuevos, hacer inferencias o, imaginar nuevas realidades?
¿Qué habilidades hubiéramos desarrollado, si en vez que nuestros maestros se enfocaran en cerciorarse que copiáramos y borráramos, cuál robots, lo que aparecía en el tablero, nos hubieran dado la oportunidad de ser protagonistas de nuestro aprendizaje, despertando nuestra imaginación y nuestra capacidad de trabajo en equipo?
John Dewey, filósofo norteamericano del siglo pasado, planteaba que los niños no debían llegar a la escuela como limpias pizarras pasivas en las que los maestros pudieran escribir las lecciones. Se rebelaba contra la enseñanza tradicional y aseguraba, “cuando el niño llega al aula ya es intensamente activo…el cometido de la educación consiste en tomar a su cargo esta actividad y orientarla”. Le toca al alumno, experimentar y descubrir el mundo en forma autónoma y al docente, le corresponde ser su guía.
La calidad de la educación es un concepto reiterativo del Siglo XXI. Preguntémonos, ¿Qué es educación de calidad? Habrá respuestas disímiles. Algunos creen que es sinónimo de centros educativos con la más alta tecnología; otros, por ejemplo, lo relacionan con personal docente calificado.
El concepto de educación de calidad es mucho más profundo: promueve el progreso integral de sus estudiantes, a través de la apreciación de las artes, de la práctica efectiva de la democracia y de la disciplina que ofrece el deporte.
Platón, en “La República”, argumentó que la educación debe basarse en el arte, en particular, en la música, por sus atributos de ritmo y armonía. Las artes fomentan la creatividad, la originalidad y competencias esenciales como el pensamiento, la lógica, la memoria, la sensibilidad y el intelecto.
Una educación democrática transforma a la escuela en un microcosmos de la realidad social. Se construye un entorno en el que el alumno actúa como un miembro de un colectivo social, con sentido de pertenencia y participación comunitaria.
El deporte, pilar esencial formativo, estimula la competitividad, alienta la autonomía, la autoestima y la auto superación, y el trabajo en equipo orientado al logro colectivo. Un pensum académico que trascienda el aprender, y considere el ser, el hacer y el convivir, con contenidos teórico-prácticos, crea espacios para el autodescubrimiento personal, la inteligencia colectiva, el valor del esfuerzo, la relevancia de la disciplina y el espíritu de excelencia.
El objetivo de la educación trasciende replicar información y comprobar hipótesis de axiomas conocidos. Se trata de motivar a los alumnos a analizar, a imaginar una realidad, con herramientas científicas y tecnológicas. El estudiante se convierte en el protagonista de su propio proceso de construcción de conocimiento.
La pasividad es inaceptable en el Siglo XXI. . El alumno debe cuestionar y cuestionarse, plantear problemas dentro y fuera del aula, retarse , entender que es aceptable dudar, pensar, analizar y concluir. El alumno del Siglo XXI debe ser, científico, creador y transformador de la realidad social, un aprendiz en un mundo cuya única constante es el cambio. La escuela del siglo XIX debe ser un referente histórico: no una perniciosa reliquia anacrónica, en pleno siglo XXI.
Por Ana Lorena Boutin Grannum
Miembro de Jóvenes Unidos por la Educación
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