Panamá: El País de los Sin Miedo.

En un mundo de contradicciones aparentemente irresolubles, de esperanzas atadas al formalismo y de sueños mutilados por el conformismo, es imperdonable ocupar el lugar del espectador.
Nosotros, los ciudadanos del país de los Sin Miedo, lo tenemos claro. No basta describir lo que está mal, hay que iniciar el constructo de las soluciones sociales en las que nos responsabilizamos del futuro, desde el presente.
A menudo, escuchamos a los más fervientes críticos sociales afirmar que las cosas andan peor que antes, que la gente de hoy es peor que la de antes, que el mundo de hoy es peor que el de antes. Es una tentación seductora y casi inevitable, caer en la nostálgica añoranza que todo tiempo pasado fue mejor. Los factores disruptivos que nos sacan de nuestra zona de confort tienden a que el presente, desagrade y el futuro, por incierto, inquiete.
Es humano que el presente desconcierte e, incluso, incomode. Es humano que un horizonte futuro e incierto, inquiete y llegue a infundir miedos atávicos. No es cuestión de tiempos, más bien, se trata de batallas que nos asignan los tiempos: en la segunda mitad del siglo XVIII fue la Revolución Industrial; ahora, es el turno de la Revolución Educativa, que debe considerar un mundo que se reinventa a velocidades y ritmos inéditos.
Una vez más, esta revolución debe nacer del ideal de un mundo diferente y mejor. Llega en el momento oportuno pues hay quienes se salen de la fila de los espectadores y se hacen parte del escenario de los protagonistas.
Permanecer impasibles frente al elevado índice de deficiencias formativas y de deserción escolar, no es una opción, es negligencia. Seguir impávidos ante los dramáticos resultados de nuestro país en pruebas nacionales e internacionales que evidencian la necesidad de una profunda transformación de nuestro sistema educativo, sería injustificable.
Tampoco es una opción, prolongar la agonía de programas de gobierno que no llegan a ver la luz, en un ya comprobado sistema fallido que condena el error y cercena los ya de por sí flagelados deseos de aprender. Mucho menos lo es, seguir horadando en el terreno de la mutua desconfianza entre la administración y educadores inermes de las armas que aniquilan la mediocridad y la inequidad educativa, en un sistema que no se adapta a la diversidad sino que promueve, por omisión, la conformidad, al declararse incapaz de individualizar la enseñanza.
Acá en el país de los sin miedo se desayunan ilusiones, se meriendan ambiciones, se almuerzan proezas y se cenan victorias, a veces con emociones encontradas que nos hacen confundir los éxitos con aparentes derrotas.
Nuestros sueños son tan grandes como nuestras ilusiones; y nuestros delirios, continentales, de ganarle la partida a la indiferencia.
No se sueña con cambiar el mundo, porque esa ya es una idea veterana. Se apuesta por el poder de la educación como gran catalizador económico, social, político y cultural.
Aquí no está permitido hablar de posibles o imposibles, se habla de una fuerza que nos une (querer es poder).
No creemos en presidentes, vivimos en una especie de idílica anarquía en la que el liderazgo colectivo sustituye la estructura jerárquica.
No tenemos circunscripción territorial: esos pormenores no nos limitan. Nos reímos de las fronteras. Creemos que nuestro ejemplo será la epidemia contagiosa que hará que otros, hagan propios, nuestros sueños e ilusiones de educación de calidad para todos. Somos de todas las clases sociales, racialmente diferentes, pero somos uno, en el sueño que es nuestro, de todos y de cada uno. Así somos, nosotros, los ciudadanos del País de los Sin Miedo. Y cada día somos más…
Por Argelys Lineth González
Miembro de Jóvenes Unidos por la Educación
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