Paraguay: Conocer y valorar a los alumnos del siglo XXI
Muchos adultos recordarán que, cuando iban a la escuela, para conocer a los alumnos en los primeros días de clase, el docente solía preguntar “¿Cómo está compuesta tu familia?”, “¿Con quién vivís?”, “¿Cuántos hermanos tenés?”, “¿Dónde fuiste de vacaciones?”, etc. Estas preguntas son importantes para saber más quiénes son los niños y es necesario seguir formulándolas. Sin embargo, en el siglo XXI estos interrogantes no son suficientes. Los niños y adolescentes de hoy se definen por su relación con las tecnologías, ya que la manera en que utilizan Internet incide fuertemente en la construcción de su identidad.
Si a los tradicionales interrogantes sobre la conformación de la familia no se les agregan otros tantos sobre el modo en que los alumnos –primarios y secundarios- se vinculan con las pantallas, la escuela estará desconociendo una dimensión clave de la identidad juvenil. Los consumos y prácticas culturales de los estudiantes están directamente relacionados con quiénes y cómo son los jóvenes del siglo XXI.
Saber qué programas televisivos prefieren ver, qué música escuchan, cuáles son las actividades que más realizan cuando navegan en Internet, si tienen perfil en una red social y si son activos en ella, de qué modo utilizan la web para la tarea escolar, son solo algunas preguntas que los docentes pueden compartir con sus alumnos al iniciar el ciclo lectivo. Éstas son, sin duda, un buen punto de partida para empezar a conocer los más jóvenes; todo ello habla de quiénes son los jóvenes de una generación para quienes las pantallas y las tecnologías son parte esencial de su vida diaria.
Conocer las prácticas mediáticas de los estudiantes es el primer paso. En la segunda etapa, resulta fundamental que el docente incorpore la cultura de sus alumnos a la enseñanza cotidiana, y una vez que conozca cuáles son los consumos culturales de los alumnos, los integre a la tarea escolar de todos los días.
Imaginemos la siguiente escena: el docente de historia está enseñando la Revolución Francesa a sus alumnos. Uno de ellos, Diego, levanta la mano y dice:
– Eso que usted dice lo vi en un video de YouTube, ¿lo puedo contar?
– No, Diego, después lo contás… Ahora, volvamos al texto que estamos leyendo.
Lo más probable es que, además de cierta frustración, Diego se dé vuelta y termine contando lo que vio en YouTube a algún compañero y, de paso, pierda lo que el docente explique a continuación.
Efectivamente, el docente podría haber respondido algo así como:
– Genial, Diego, contános lo que viste en Internet y así lo comparamos con lo que estamos leyendo en el libro.
El estudiante hubiera sentido, en este caso, que su opinión cuenta y, sobre todo, que lo que hace fuera de la escuela, cuando navega en la web, tiene relación con lo que aprende en la clase. Eso hubiera significado mucho para el adolescente y, además, habría reflejado una excelente manera en que el docente puede integrar las prácticas culturales de los alumnos a la enseñanza.
Incorporar lo que los estudiantes ven, leen y escuchan en su tiempo libre, cuando están en sus casas o con amigos, enriquece lo que aprenden en la escuela. Cuando un alumno hace un comentario y relaciona lo que dice el docente con algo que vio en Internet, en televisión o en una película, es primordial que la maestra o el profesor pregunten sobre ellos y le den lugar a contar lo que vio. Esta es una excelente manera de valorar la cultura juvenil, aquella que los jóvenes construyen fuera del aula y que, como dijimos, influye cada vez más en la formación de su personalidad.
Si la escuela ignora la opinión de los alumnos, es ella la que pierde, la que se aísla, la que se condena a la exclusión. Los estudiantes sentirán que su vida comienza con el timbre de salida de clase y que esa vida, la de su tiempo libre, poco tiene que ver con la vida escolar.
En suma, el mayor riesgo de ignorar la voz de los más jóvenes es para los adultos. La brecha se amplía y las generaciones se alejan y, seguramente, cada día será más complicado acercarlas.
- Tweet