03/11/2016

¡Me gustaría querer ser maestro!

Para tener buenos maestros hace falta mejorar la educación básica que, a su vez, depende de buenos maestros

Si tienes la oportunidad, puedes hacer la siguiente experiencia en una clase de educación infantil. Pregunta a los niños quiénes quieren ser maestros cuando sean grandes. Una buena parte – tal vez la mayoría – va a decir que sí. En los últimos años de la educación primaria, este número disminuye un poco. Pero si repites la misma pregunta en clases de secundaria, no más que el 2% de los jóvenes dirán que quieren cursar Pedagogía o alguna carrera docente (datos de una investigación de la Fundación Carlos Chagas, en Brasil).

Aunque para los niños el maestro sea una referencia más emocional que profesional, ellos lo valoran y lo vinculan a una serie de cualidades positivas que pueblan su imaginario de aspiraciones. Sin embargo, a medida que van creciendo, la carrera docente deja de ser una opción atrayente. Y así perdemos buenos alumnos que podrían convertirse en excelentes maestros.

Siempre conviene recordar que sólo vamos a garantizar el aprendizaje al cual todos los alumnos tienen derecho – y del cual Brasil necesita desesperadamente para cambiar su nivel de desarrollo social y económico – con buenos maestros en todas las clases. Esta es la base para que todas las otras políticas educacionales tengan éxito. Al revés, estamos atrayendo a pocos jóvenes y, peor aún, los de bajo rendimiento al fin de la secundaria. Y, para profundizar el problema, les ofrecemos una formación en nivel superior de muy baja calidad.

El resultado no podría ser distinto: el 75% de los maestros se sienten poco preparados para asegurar que sus alumnos aprendan (investigación “Consejo de Clase”, de la Fundación Lemann). El impacto de este conjunto es demasiado injusto para los alumnos: sólo el 9% de ellos aprenden lo mínimo que se espera en Matemáticas al fin de la secundaria, y el 27%, en Portugués.

Para cambiar este escenario tenemos que poner la educación en el centro del proyecto de desarrollo de Brasil, haciendo con que el maestro alcance una posición que le es necesaria, estratégica y justa: la de principal profesional del país, con formación y carrera adecuadas.

¿Quiénes son los jóvenes que necesitamos para asumir la principal profesión del país? Los buenos alumnos. Una forma de ayudar a estos buenos alumnos que ven en la docencia un camino profesional sería empezar su formación ya durante la educación básica. La reformulación de la educación secundaria, que está en discusión en el Congreso Nacional y que se deberá aprobar aún este año, es una oportunidad extraordinaria para esto.

El proyecto de ley prevé la diversificación de la oferta de cursos en distintos itinerarios formativos, concentrados en áreas como Matemáticas, Ciencias de la Naturaleza, Ciencias Humanas y Lenguajes. Podemos explicitar en este proyecto también el recorrido de la educación. Así, identificándose a los futuros maestros de manera más precoz, además de atraer más alumnos, seremos capaces de concentrar esfuerzos en su formación, en período integral, en la corrección de retrasos acumulados en los años anteriores y ya en algunas disciplinas introductorias sobre los procesos de aprendizaje (cómo aprendemos) y las estrategias para garantizarlo (didáctica), que más tarde se podrán aprovechar en la Educación Superior en Pedagogía. De este modo, empezaríamos a invertir antes en los futuros maestros y lo haríamos por más tiempo.

Con la universalización del acceso a la educación básica, la docencia se convirtió en una profesión mucho más compleja, porque ahora, afortunadamente, también educamos a los hijos de los más pobres, aquellos que tienen poco o ningún acceso al mundo letrado, ya que sus padres casi no estudiaron. La educación democrática – la que es para todos – es una política de compensación y, por lo tanto, exige más recursos, mejor gestión, mejor formación de maestros y gestores; y escuelas más bien equipadas, capaces de promover el acceso de los niños y niñas a los bienes culturales de nuestra sociedad. En este escenario, se hizo imprescindible avanzar más allá de la simple retórica de la importancia de la educación. Garantizar una educación de calidad con igualdad y en gran escala hace imperioso un cambio de paradigma en la concepción e implementación de políticas públicas.

Por lo tanto, la valoración de los maestros de hoy tiene que ser distinta de esa que había “en mi época…” El maestro de hoy tiene una responsabilidad social mucho mayor que el maestro de ayer. Merece aún más respeto como profesional fundamental para la construcción de un país. Los datos muestran que los jóvenes que (en número cada vez mayor) ingresan en los cursos de formación de maestros tienen un nivel socioeconómico y cultural más bajo, obtienen resultados peores en las evaluaciones, trabajan para ayudar a sostener sus familias y muchas veces son la primera generación a ingresar en la universidad. Para estos futuros maestros, no es fácil superar tantas fragilidades que se acumulan en la formación básica.

Pero no es imposible. Como es común en educación, una cosa depende de la otra. Para que tengamos buenos maestros hace falta mejorar la educación básica, que, a su vez, depende de buenos maestros. Para interrumpir y cambiar el sentido de este círculo vicioso vamos a tener que hacer la opción de atraer ya en la secundaria a los buenos alumnos que serán maestros, invertir más aún en ellos antes que concluyan la educación básica y completar su formación en nivel superior con una amplia reforma en los cursos preparatorios para la carrera docente.

En otro artículo hablaré sobre los cambios necesarios en Pedagogía. Y esto se tiene que realizar lo más rápido posible, una vez que el 49% de los maestros actuales de la educación básica de la red pública van a llegar a la edad de retirarse en los próximos diez años. Esta puede ser una oportunidad increíble, si sabemos aprovecharla. Si no lo sabemos... bueno, desafortunadamente, todos ya conocemos esta historia.

Priscila Cruz es creadora y presidente-ejecutiva del movimiento Todos por la Educación. Tiene una maestría en administración pública por la Harvard Kennedy School.